No encuentro lugar más adecuado que esta red dedicada a la gestión de los recursos humanos, el acceso al empleo, la formación y la mejora continua, para presentarles a Melquiades Vázquez. No responde al perfil de los habituales de esta plataforma, no es gurú de nada, ni coach, ni siquiera consultor; tampoco conoce las claves para elaborar un currículum perfecto o pasar con éxito una entrevista de trabajo. Pero veo en él la encarnación de muchos profesionales que resultan invisibles en las redes sociales. Personas de alta cualificación en lo que hacen, enamoradas de su trabajo y dotadas de la chispa necesaria para enseñar a los demás los secretos de su oficio. En su tarjeta de visita podría poner “experto en restauración del patrimonio”; también sería verdad si pusiera “mago” o “artista”. Lo cierto es que si tuviera tarjeta de visita sería de madera y en ella luciría tallada con letras mayúsculas la palabra CARPINTERO.
Conozco a Melquiades hace solo un par de meses. La primera vez que lo vi estaba colocando las piezas de su última obra de arte, un vagón que ha construido tabla a tabla para el tren turístico del Parque Minero de Riotinto. Igual que Gepetto fue capaz de insuflar alma y movimiento al cuerpo inerte de madera de su famoso muñeco, Melquiades devuelve a la vida piezas que forman parte de la historia de un territorio. La diferencia es que Pinocho solo hubo uno, mientras que Melquiades ha recuperado ya seis vagones del ferrocarril que a finales del siglo XIX transportaba el mineral de Riotinto a Huelva y a los trabajadores que desde las poblaciones cercanas acudían diariamente al tajo en los taludes y galerías de la mina. Cuatro de ellos los construyó con la ayuda de sus alumnos de las Escuelas Taller, pero los dos últimos los ha resucitado a pulmón.
Cumplió años el 30 de enero, “el mismo día que el Rey Felipe VI, pero diez más”. Cinco de las seis décadas que acumula las ha pasado entre maderas, sierras, cepillos, bancos, gubias y punzones. Se inició en el oficio con 14 años en su Cortegana natal, observando a su primer maestro, Manuel Antúnez, mientras barría el taller y se familiarizaba con las herramientas. Apenas con veinte años terminó su primer trabajo completo, “una mampara de cuarterones para un cuarto de baño en Huelva”. Le tocó hacer el servicio militar de legionario en Melilla donde obtuvo algunas ventajas de su oficio. Los jefes le hacían encargos que le permitían mejores condiciones que a sus compañeros de tercio. Recuerda con una sonrisa una librería preciosa “para la casa del capitán Vega”.
Montó su propia carpintería en Cortegana en 1980, pero diez años después se postuló como monitor para las Escuelas Taller que puso en marcha la Fundación Río Tinto en sus primeros años de actividad. Desde entonces su trayectoria ha estado ligada a esta institución y a la labor de recuperación de cualquier elemento del patrimonio minero de la Cuenca en el que esté presente la madera. Melquiades tiene probablemente el trabajo más bonito del mundo, resucitar el pasado.
Entre los hitos de su carrera destaca la restauración del “Vagón del Maharajá”, una joya de la historia ferroviaria mundial que se construyó para un viaje a la India de la Reina Isabel de Inglaterra, y también la reproducción de las máquinas hidráulicas que los romanos empleaban para drenar las minas en los siglos I y II d.C., las norias y el tornillo de Arquímedes. Gracias a su pericia estas piezas únicas pueden contemplarse hoy en el Museo Minero de Riotinto. “Los romanos eran unos carpinteros excelentes. No usaban piezas metálicas salvo en los ejes que eran de bronce, todo lo hacían ensamblando. Una maravilla”. Hace una semana Melquiades ha vuelto a desmontar una de las norias del Museo para las tareas periódicas de reparación que realiza en su taller. Utiliza prácticamente la misma técnica original basándose en los planos que dibujaron los artesanos del Imperio.
Se le ilumina el rostro cuando habla de su faceta de formador. “No hay nada más hermoso que enseñar el oficio a los muchachos y ver cómo aprenden”. Más de 200 han pasado por sus manos. No pocos se ganan hoy la vida como buenos carpinteros. Relata orgulloso que uno de ellos lo superó en una ocasión: “Pidieron maestros para impartir un curso de carpintería a los reclusos de la cárcel de San Juan del Puerto. Me presenté, pero el trabajo se lo dieron por méritos propios a un antiguo alumno mío”. Se lamenta de que la crisis acabara con las Escuelas Taller en 2011. “¡Ojalá se retomen pronto y podamos seguir preparando a los chavales para que tengan una oportunidad labora!”.
Siente un gran respeto por los árboles que le proporcionan la materia prima. “La mejor madera para trabajar es la del pino de Flandes y la de fresno”. Y no puede evitar una mueca de horror recordando los incendios que arrasaron la comarca el pasado verano. “No solo por la madera, sino por toda la vida que desaparece y que tanto cuesta recuperar”.
Sigo con interés la extraordinaria serie de retratos de personajes que con el título de Héroes y villanos de la Faja Pirítica escribe en este mismo soporte de LinkedIn mi admirado Carlos Fernández Fonseca, donde hace la semblanza de personajes que han protagonizado la historia reciente de la Cuenca Minera. Humildemente me permito sugerirle que admita mi texto como una colaboración externa a su galería, e incluya a Melquiades en la primera categoría, la buena. Yo al menos lo veo como representante de una estirpe de héroes anónimos que siguen trabajando en muchos oficios como la hacían hace años, fieles a lo que aman y sin postureos. Mi homenaje desde estas líneas a todos estos profesionales como la copa de un pino (de Flandes).
José Luis Bonilla
Director General de Fundación Río Tinto